Hoy es el día. Las alforjas ahítas. Una pléyade de artículos se hacina en el trenzado impermeable que guarecerá nuestras pertenencias del inclemente. Nos enfundamos el atuendo ciclista y nos transformamos en un personaje de singular catadura ataviado con unas mallas ceñidas y un casco ruidoso, guarnecido por nuestra bicicleta y agasajado por un sinfín de artefactos que serán los testigos del viaje que emprendemos. Somos una especie de maceta rodante coronada por un exótico pimpollo. Y este pimpollo, como cualquier otro, es el resultado de un lento y meticuloso proceso. El viaje que hoy emprendemos germinó semanas, meses e, incluso, años atrás. La gestación de una idea que el tiempo moldeó, la condensación de la experiencia, la emoción y el anhelo acumulados. Hoy salimos a rodar con las alforjas llenas de horas sin dormir, con las piernas henchidas de un vigor que los kilómetros menguarán y con la mente guisando nuestro vital nutriente en este viaje: pasión. La carretera será nuestro camarada inseparable, la quietud nos hará olvidar el nerviosismo urbano y la soledad completará un pasaje atestado de certidumbres e incertidumbres. Ya ningún obstáculo posee la suficiente entidad para frenarnos. Nada logrará impedir que alcancemos nuestra meta porque, de hecho, ya la hemos alcanzado: mantener la determinación y la valentía de perseguir nuestros sueños.