Lluvia y barro

La lluvia nos sirve un menú con légamo de guarnición. Esta ofrenda, lejos de mermar nuestras fuerzas, nos alienta para dar más. Einstein dijo una vez que la vida es como andar en bicicleta, para conservar el equilibrio debes mantenerte en movimiento.

El barro escribe la ruta de hoy. Es una estrella de cine capaz de transformar la película más anodina, monopolizando todas las miradas. Te atrapa igual que la tela de araña apresa a sus víctimas, es un adhesivo que encadena nuestros pensamientos al suelo. Su apego por la bicicleta es enfermizo, posesivo, y trata de retenerla desplegando toda suerte de técnicas: te abofetea la cara en cada intento de huida, ciega tu vista en cada viraje y obstaculiza tu camino conspirando con numerosos aliados. Al final, el convidado de arena gana la batalla. Siempre en rueda, sofoca cualquier conato de escapada y adereza cada centímetro que pasa bajo nuestros pies; llegamos y hace tiempo que nos espera. Justo vencedor, ilustre compañero de ruta.

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Selva de Irati

«El Bosque de los bosques», un cielo de hayas tamiza los rayos de sol. El silencio adultera la sonoridad del bosque. Un chasquido es un crujido, una voz ocupa el espacio de dos. En la estación de la madurez, el verde se refugia en el azul y la lluvia caduca forma embalses ocres que todo lo bañan.

La Selva de Irati en otoño es un enclave que no dejará indiferente a nadie. Situado en los valles de Aezkoa y Salazar, en el Pirineo Navarro, el bosque está considerado como uno de los mayores hayedo-abetales de Europa. Es un lugar mágico que transmite una fuerza prodigiosa, la misma que se le atribuye a Basajaun, personaje de la mitología vasca también llamado «el Señor de los Bosques» y que habita, cuenta la leyenda, en el bosque de Irati. No muy lejos de allí encontramos Roncesvalles, localidad conocida por ser el punto de partida del Camino Francés y también origen de la batalla que inspiró el famoso poema Chanson de Roland, el cantar de gesta más antiguo escrito en lengua romance. Sigue leyendo

Arquitectura Negra

El regreso a los orígenes es como la  vuelta al seno materno, es el reencuentro con la calidez y el nutriente que nos permitió transitar de la ausencia a la presencia. De la misma manera que las semillas brotan en la tierra, estamos predestinados a crecer, pero al igual que ellas, el tallo nos afianza y nos recuerda nuestra genésis. El tiempo se detuvo años atrás en los pueblos negros de Guadalajara. El éxodo rural, el aislamiento y la falta de recursos sentenciaron el desarrollo de estos pueblos que hoy en día acomodan su existencia a los días de asueto de aquéllos cuyos padres un día emigraron a la ciudad, tal vez en busca de una vida mejor. Transitar por estos lares es reconocernos, es mirar hacia abajo y contrastar decenas de años de desarrollo, siglos de evolución. Transitar por los pueblos negros es rendir homenaje a nuestras raíces y es muestra de gratitud. Sigue leyendo

Hayedo de Tejera Negra

La primera vez que estuve en el Hayedo, un otoño, quedé prendado por sus colores, desde verdes aceituna hasta rosáceos, todos ellos fundidos por un crisol cromático que confería al bosque un aspecto de unidad y unicidad. Además, visité los pueblos negros que, como almenaras, custodian el entorno próximo del Hayedo. El trastabillo sensorial fue tal que tuve que volver a la semana siguiente, con el fervor con el que un enamorado anhela ver a su amor otra vez. Ni un ápice de su embrujo ha perdido aún hoy y, siempre que puedo, me escapo para enredarme entre sus ramas y abrazar sus esencias.

La ruta es de especial interés porque se trata del hayedo más meridional de Europa y el mayor del Sistema Central. El Hayedo comprende el tramo alto de dos valles de típico perfil fluvial, el valle del Lillas y el valle del Zarzas, que se disponen paralelos, con una única orientación noroeste-sureste. Están flanqueados por altas y afiladas cresterías rocosas.

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